Decoración, Edificios

El castillo Hearst

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Todo el mundo sabe que Orson Welles se inspiró en el magnate William Randolph Hearst para crear al protagonista de Ciudadano Kane, pero es mucho menos conocido que Xanadú, el extravagante castillo en el que vivía Kane, también tuvo un modelo real, el castillo Hearst. Al igual que el inmenso, gótico y desolador Xanadú de la película, el castillo que creo Hearst a su imagen y semejanza es un compendio de estilos muy diferentes pensado para acoger la inacabable colección de obras de arte, artilugios de todo tipo e incluso animales (tenía su propio zoo) que a lo largo de los años Hearst fue acumulando.

No nos meteremos ahora en indagaciones sobre la razón de esta manía (más allá de la teoría “Rosebud” de la película, algunas convincentes interpretaciones han sugerido que tras este ansia por acaparar se encontraba un intento de simbolizar el poder, o incluso la sugerente idea de que tras la posesión se esconde simplemente el miedo a la muerte y la pretensión de permanencia). Pero lo que nos interesa ahora es la equivalencia, en proporción, entre ese “horror al vacío” que parecía padecer Hearst, y ese necesidad que parecen sufrir muchas personas por llenar cada espacio de sus casas. No nos incumbe criticar estilos de decoración: cada uno puede meter en su casa lo que le apetezca. Tampoco hacer interpretaciones psicológicas. Se trata, como siempre, de una cuestión de espacio.

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Porque lo importante a la hora de disfrutar de una casa es la fluidez de sus interior, la comodidad en transición entre estancias, la posibilidad de transformar el sentido de un espacio con el simple gesto de abrir una puerta. A menudo nos encontramos con casas en las que la acumulación de objetos hace pensar en el síndrome de Diógenes. Y si no tenemos nada en contra de personalizar la propia vivienda, en expresarse a través de la decoración, a veces esta riada de cosas llega a extremos absurdos. Dejen pasar, dan ganas de decir. Y nos permitiremos una pequeña moraleja: incluso el inmensamente rico Hearst, al final se vio arruinado a causa de su desbocado materialismo y tuvo que vender gran parte de su imperio para pagar deudas. 

¿Quién no ha tenido alguna vez ganas de hacer esto?:

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Edith Wharton y el diseño de interiores

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Edith Wharton es conocida sobre todo como escritora y autora de una de las grandes novelas americanas del siglo XX, La edad de la inocencia. Pero Wharton también fue una pionera del diseño de interiores, y sus ideas, expresadas en The Decoration of Houses, sigue siendo un referente cuyos principios mantienen una perfecta actualidad. Así como su escritura se definía por un sencillo clasicismo y una penetrante atención por los detalles, sus ideas de decoración también abogaban por una vuelta a la simplicidad tras el sobrecargado estilo victoriano. Si los consejos de Wharton siguen estando vigentes es porque no se adscriben a una moda concreta, sino que clarifican unos puntos básicos que debido a su sensatez son atemporales.

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En su libro, Wharton (junto al arquitecto Ogden Codman, su coautor), aboga por que la decoración de las casas tenga su base en el mismo diseño arquitectónico. El diseño de interiores es mucho más que poner un jarrón aquí o un cuadro allá, es un concepto integral que tiene que ver más con los espacios que con los objetos. Los muros, los techos, las puertas, la distribución de las casas es el elemento principal de la decoración. Para Wharton los muebles siempre deben de ser los más apropiados para el espacio al que están destinados, y no un objeto de admiración por sí mismos. La simetría, la proporción y el equilibrio son los pilares de un diseño de interiores satisfactorio y abierto a la individualización. Y no es porque nosotros digamos lo mismo, pero Wharton tenía razón.

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Arquitectos

Adolf Loos

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Adolf Loos fue un arquitecto y teórico austriaco de finales del siglo XIX y principios del XX cuya obra supuso una prelusión al movimiento moderno y cuya importancia, sin embargo, nos parece poco reivindicada. Tras un viaje a la Exposición Universal de Chicago en 1893 le quedó claro que el nuevo estilo arquitectónico desarrollado en el continente americano era el modelo a seguir en Europa si no quería quedarse atrás en los avances más audaces de la construcción. Pero su visión era ante todo funcional. De ahí que su obra, clara, armónica y clásica, contraste de manera llamativa con la imagen tradicional que se tiene de una ciudad tan artificiosa como Viena, hasta tal punto que el emperador Francisco José, horrorizado por tener el edificio construido por Loos para la sastrería Goldman & Salatsch frente a su Palacio Imperial de Hofburg, obligó a instalar unas cortinas que siempre permanecerían corridas para evitarle la visión de tal engendro.

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Si la sastrería Goldman & Salatsch hoy se ve como uno de los edificios más admirables de la capital austriaca y una de las obras más emblemáticas de Loos, en su obra teórica destaca Ornamento y crimen, en el que de manera airada y contundente aboga por la eliminación de toda decoración en la arquitectura como rechazo a la banalidad y el mal gusto. Muchos de los comentarios de Loos nos parecen totalmente certeros y todavía vigentes, pero además su tono virulento y cortante hace inevitable sonreír con sus salidas de tono y exageraciones. Dejamos aquí un fragmento de esta recomendable obra:

La epidemia del adorno es reconocida oficialmente y subvencionada por los fondos del estado. Pero en mi opinión, se trata de una regresión. Rechazo la objeción según la cual el ornamento incrementa la alegría de vivir del hombre civilizado, rechazo la objeción que se reviste de palabras como éstas: “¡Pero si el adorno es bello…!”. Para mí, y conmigo están todas las personas civilizadas, el adorno no incrementa la alegría de vivir. Cuando quiero comer un pedazo de pan, elijo uno liso, y no otro que representa un corazón, un bebé en pañales o un caballero sobrecargado de adornos. Todos los modernos me comprenderán. El defensor del adorno cree que mi propensión a la simplicidad equivale a una castración. Pues no, venerable Señor Profesor de la Escuela de Artes Aplicadas, ¡yo no me castro! Me deleito mejor así. Los platos decorativos de los siglos pasados, que representaban todo tipo de adornos para hacer parecer más sabrosos los pavos reales, los faisanes y los bogavantes, producen en mí el efecto contrario. Recorro con estremecimiento una exposición que trate del arte culinario, cuando pienso que debería comer esos cadáveres de animales rellenos. Por mi parte, yo como rosbif.

El daño inmenso y los estragos que causa el despertar del adorno a través de la evolución estética podrían ser soportados fácilmente, porque nadie, y tampoco ningún poder del Estado, sabría detener la evolución humana. Como mucho, podrían retardarla. Nosotros podemos esperar. Pero es un crimen contra la economía nacional malgastar así el trabajo de los hombre, el dinero y los materiales. El tiempo no puede reparar este daño.

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Minimalismo

Nada en la superficie

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Hace unos días veíamos en la web de un periódico nacional un vídeo sobre una “casa de lujo” que se anunciaba como “minimalista”. Al ver el reportaje nos costaba clasificar dicha casa dentro de un estilo determinado, más allá del eclecticismo, pero sin entrar en valoraciones estéticas, lo realmente sorprendente es que se calificara como “minimalista” un diseño tan ajeno a este concepto.

Sin embargo, la confusión viene de largo. Muchas veces se confunde minimalismo con cierta decoración orientalista, o más concretamente japonesa. También es habitual mezclar minimalismo con la total ausencia de decoración, cuando una cosa es la distribución de espacios y otra muy distinta la ornamentación. Pero la simplicidad del minimalismo no tiene nada que ver con la pereza de diseño: al contrario, nada es más complicado que organizar un espacio de manera coherente, sutil y fluida. En cualquier caso, de lo que el minimalismo significa para nosotros hablaremos otro día, hoy nos quedaremos con este divertido vídeo de Absolutely Fabulous que retrata los extremos a los que puede llevar un concepto mal entendido del minimalismo.

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