Decoración, Edificios

El castillo Hearst

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Todo el mundo sabe que Orson Welles se inspiró en el magnate William Randolph Hearst para crear al protagonista de Ciudadano Kane, pero es mucho menos conocido que Xanadú, el extravagante castillo en el que vivía Kane, también tuvo un modelo real, el castillo Hearst. Al igual que el inmenso, gótico y desolador Xanadú de la película, el castillo que creo Hearst a su imagen y semejanza es un compendio de estilos muy diferentes pensado para acoger la inacabable colección de obras de arte, artilugios de todo tipo e incluso animales (tenía su propio zoo) que a lo largo de los años Hearst fue acumulando.

No nos meteremos ahora en indagaciones sobre la razón de esta manía (más allá de la teoría “Rosebud” de la película, algunas convincentes interpretaciones han sugerido que tras este ansia por acaparar se encontraba un intento de simbolizar el poder, o incluso la sugerente idea de que tras la posesión se esconde simplemente el miedo a la muerte y la pretensión de permanencia). Pero lo que nos interesa ahora es la equivalencia, en proporción, entre ese “horror al vacío” que parecía padecer Hearst, y ese necesidad que parecen sufrir muchas personas por llenar cada espacio de sus casas. No nos incumbe criticar estilos de decoración: cada uno puede meter en su casa lo que le apetezca. Tampoco hacer interpretaciones psicológicas. Se trata, como siempre, de una cuestión de espacio.

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Porque lo importante a la hora de disfrutar de una casa es la fluidez de sus interior, la comodidad en transición entre estancias, la posibilidad de transformar el sentido de un espacio con el simple gesto de abrir una puerta. A menudo nos encontramos con casas en las que la acumulación de objetos hace pensar en el síndrome de Diógenes. Y si no tenemos nada en contra de personalizar la propia vivienda, en expresarse a través de la decoración, a veces esta riada de cosas llega a extremos absurdos. Dejen pasar, dan ganas de decir. Y nos permitiremos una pequeña moraleja: incluso el inmensamente rico Hearst, al final se vio arruinado a causa de su desbocado materialismo y tuvo que vender gran parte de su imperio para pagar deudas. 

¿Quién no ha tenido alguna vez ganas de hacer esto?:

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¡Puertas arriba!

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La estructura de una casa puede dar pie a multitud de metáforas: el pasillo estrecho, las ventanas abiertas, el suelo resbaladizo… Pero a la hora de pensar en una casa real, no simbólica, la propia disposición pasa de ser metafórica a afectar directamente nuestro estilo de vida. Si pretendemos un estilo fluido, moderno (signifique eso lo que sea para cada cual), acogedor o lo que queramos, debemos tener en mente las facilidades arquitectónicos que nos permitirán un acceso más sencillo a esta manera de vivir.

Una de nuestras manías son las puertas: no queremos verlas ni en pintura. Por supuesto que cada persona es un mundo y que no es lo mismo pensar en un hogar para una familia, una pareja o una persona que vive sola. Dependiendo del cliente, se colocaran todas las puertas necesarias, no hay problema. Pero se trata de una cuestión de principios. Para empezar, no pensamos en habitaciones como cajas aisladas que necesitan estar separadas por la seguridad de una puerta. Todo fluye, decimos. La conexión entre los diferentes lugares de la casa es fundamental, y cuanto menos escollos haya que salvar, más cómodo será vivir allí. Si durante el proceso detectamos que es necesario poner alguna puerta a la casa, lo haremos. Pero esperemos que se trate de puertas abiertas.

 

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