Arquitectos

Adolf Loos

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Adolf Loos fue un arquitecto y teórico austriaco de finales del siglo XIX y principios del XX cuya obra supuso una prelusión al movimiento moderno y cuya importancia, sin embargo, nos parece poco reivindicada. Tras un viaje a la Exposición Universal de Chicago en 1893 le quedó claro que el nuevo estilo arquitectónico desarrollado en el continente americano era el modelo a seguir en Europa si no quería quedarse atrás en los avances más audaces de la construcción. Pero su visión era ante todo funcional. De ahí que su obra, clara, armónica y clásica, contraste de manera llamativa con la imagen tradicional que se tiene de una ciudad tan artificiosa como Viena, hasta tal punto que el emperador Francisco José, horrorizado por tener el edificio construido por Loos para la sastrería Goldman & Salatsch frente a su Palacio Imperial de Hofburg, obligó a instalar unas cortinas que siempre permanecerían corridas para evitarle la visión de tal engendro.

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Si la sastrería Goldman & Salatsch hoy se ve como uno de los edificios más admirables de la capital austriaca y una de las obras más emblemáticas de Loos, en su obra teórica destaca Ornamento y crimen, en el que de manera airada y contundente aboga por la eliminación de toda decoración en la arquitectura como rechazo a la banalidad y el mal gusto. Muchos de los comentarios de Loos nos parecen totalmente certeros y todavía vigentes, pero además su tono virulento y cortante hace inevitable sonreír con sus salidas de tono y exageraciones. Dejamos aquí un fragmento de esta recomendable obra:

La epidemia del adorno es reconocida oficialmente y subvencionada por los fondos del estado. Pero en mi opinión, se trata de una regresión. Rechazo la objeción según la cual el ornamento incrementa la alegría de vivir del hombre civilizado, rechazo la objeción que se reviste de palabras como éstas: “¡Pero si el adorno es bello…!”. Para mí, y conmigo están todas las personas civilizadas, el adorno no incrementa la alegría de vivir. Cuando quiero comer un pedazo de pan, elijo uno liso, y no otro que representa un corazón, un bebé en pañales o un caballero sobrecargado de adornos. Todos los modernos me comprenderán. El defensor del adorno cree que mi propensión a la simplicidad equivale a una castración. Pues no, venerable Señor Profesor de la Escuela de Artes Aplicadas, ¡yo no me castro! Me deleito mejor así. Los platos decorativos de los siglos pasados, que representaban todo tipo de adornos para hacer parecer más sabrosos los pavos reales, los faisanes y los bogavantes, producen en mí el efecto contrario. Recorro con estremecimiento una exposición que trate del arte culinario, cuando pienso que debería comer esos cadáveres de animales rellenos. Por mi parte, yo como rosbif.

El daño inmenso y los estragos que causa el despertar del adorno a través de la evolución estética podrían ser soportados fácilmente, porque nadie, y tampoco ningún poder del Estado, sabría detener la evolución humana. Como mucho, podrían retardarla. Nosotros podemos esperar. Pero es un crimen contra la economía nacional malgastar así el trabajo de los hombre, el dinero y los materiales. El tiempo no puede reparar este daño.

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